Saturday, May 23, 2009


Después de medio siglo de crítica cinematográfica, creía inocentemente que los dioses del cine me habían enseñado todo lo horrible que podía hacer un realizador. Pues, mire usted, no, no es así. Siempre hay peor. Prueba fehaciente, una PNI (película no identificada), "Ángeles y demonios" (Angels & Demons), fabricada por un tal Ron Howard siguiendo el libro del llamado Dan Brown.

"Ángeles y demonios" es un disparate. Tanto, tantísimo tanto que casi ni me doy cuenta de que la han fabricado para meterse con el Vaticano, que es lo de menos, lo menos nocivo. El guionista y el realizador han aliado sus talentos y los cardenales y otros altos funcionarios de la Iglesia Católica aparecen como los más siniestros bucaneros del Tiber. Todo es tan disparatado, tan inusualmente grotesco que optas por reír bien agarrado a la butaca para que tus manos estén ocupadas y la locura transitoria no te lleve a agredir a otro pobrecito espectador. Aunque en la sala éramos sólo dos, estoy convencido que este atropello al buen gusto será un taquillazo. Entretanto, tú, que has pagado una entrada, te sientes indefenso, al borde de un ataque de nervios y en seguida te preguntas qué habrás hecho para merecer una película como ésta.

Y mientras vas tropezándote con príncipes de la Iglesia a los que no querrías encontrarte por nada del mundo a la salida por aquello de la muerte súbita. Jack el destripador era seguramente más humano incluso después de haber apuñalado a una prostituta.

Tom Hanks, el capo máximo de este desaguisado, llamado por el Vaticano para que evite matanza de papas y cardenales, se pasa todo el rato frunciendo el entrecejo. Tras una noche sin sueño dedicado a la investigación de este fenómeno interpretativo, he concluido que el pobre Hank trataba de componerse un rostro de intelectual que habría tenido la risa sardónica de Voltaire y la genialidad de Einstein. Al final se aburre, piensa en las arrugas que le van a quedar de tanto gesticular y sigue corriendo por Roma con policías que se parecen a los más sanguinarios pandilleros de la camorra napolitana. Mientras, en el sínodo de los Obispos, donde deben de elegir al nuevo Papa, los cardenales parecen a punto de iniciar un french cancan de locas furiosas en tanto el siniestro Camarlengo del fallecido se arroja desde un helicóptero en medio de la Plaza de San Pedro, sin tener siquiera en cuenta que podría haber aplastado a una monjita suiza. Y que la Guardia Suiza del Vaticano lo habría perseguido con sus lanzas hasta convertirlo en un original San Sebastián.

En esta laguna de horrores y desaciertos, el protagonista lleva constantemente a su lado a una actriz israelí, Ayelket Zarer, que, aparentemente en una imitación freudiana del detective Colombo, no se quita la gabardina ni para examinar la lengua negra del Papa envenenado. Seguro que a la productora, que se lo había gastado todo en hemoglobina y en las persecuciones que componen este monstruoso "Radeau de la méduse", no le quedó dinero para más finuras de vestuario y obligo a la guapa, que no sonríe como una estrella de Hollywood ni para robar un libro en la biblioteca del Vaticano, a rodar hasta el final con una gabardina que probablemente le pidieron prestada a uno de los guardas del estudio.

Cuando salí de la sala en este pueblo de la Costa del Sol, me precipité hacia la hamburguesería vecina para cumplir mi personal rito de que una mala película necesita, merece, exige, hace imprescindible, el sacrificio de tragarse una hamburguesa chorreante de grasa venida de Dios sabe qué cocina vaticana. Pero me frené a la entrada del local. Pensé que dados los destrozos mentales que me habían provocado todos esos ángeles y esos demonios tendría que tomarme por lo menos el menú especial que además de la CNI (carne no identificada) va acompañada de unas descomunales PFOD (patatas fritas de origen desconocido). Y entonces, se pronto, sin avisarme, con la mala fe que demuestra a lo largo y ancho de su criminal vida peliculera, se me apareció el siniestro Camarlengo de la película que sin más ni más me agarró brutalmente por los hombros y me puso de rodillas: "¡Confiesa, maldito pagano, maldito iluminati (por lo visto son los malos de la peli aunque yo no he entendido nada) que a ti las hamburguesas te saben a caviar caspiano mezclado con un pato a la naranja. Y que el infame refresco de cola que siempre acompañan a estas delicias te sabe a champagne Dom Perignon! ¡Confiesa y te salvaremos!".

Corrí como un maldito hasta que me refugié en una exposición de pintura. Me mezclé con la gente feliz que miraba los cuadros sin haber tenido que pasar por mi horrible experiencia. Eché una mirada a lo expuesto y me pareció que la pintura era realmente infantil. Al salir me enteré de que eran pintores en hierba de entre 6 y 10 años.

El médico me ha prescrito un ansiolítico tres veces por día y un poderoso calmante a la hora de dormir. Pero no me atrevo a acostarme. Temo que Tom Hanks haya salido de su letargo interpretativo y me tire de los pies. Mañana le pediré a mi médico que aumente las dosis y agregue un antidepresivo. Aunque acabo de saber que Dan Brown, el autor de la novela que ha dado lugar a la orgía de ángeles y demonios, está preparando otra novela. Y harán, fatalmente, otra película... Creo que finalmente aceptaré la cura de sueño que gentilmente me ha ofrecido el psiquiatra de la Seguridad Social, aunque tengo una duda porque parece hermano gemelo del Camarlengo...

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