Saturday, January 24, 2009











Si alguien busca algunas palabras que definan o calcen en las vidas de los dos protagonistas de la nueva película del brillante director Sam Mendes, "Revolutionary Road / Solo un sueño", una de las grandes perdedoras en la actual edición de los Oscars, podrían ser estas tres: resignación, resentimiento e insatisfacción, a mediados de los años cincuenta. Y una cuarta, desamor. Y una quinta, frustración.Es que Frank y April Wheeler, interpretados con frialdad y distancia por dos que ya habían estado juntos en el naufragio del Titanic, Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, están resignados a la vida que llevan y de vez en cuando intentan rebelarse; resienten de la suerte que los amarra a ese elegante barrio residencial, rodeados de hombres y mujeres vacíos que todos los días, a las mismas horas, tienen los mismos gestos y musitan las mismas palabras y, por supuesto, insatisfechos de la monotonía que los presiona en esa casa inmensa con este jardín muy cuidado y esos dos hijos tan perfectos. Además, no se aman, nunca se han amado, han perdido el deseo por el otro y eso les produce una amarga frustración que con el tiempo, amenaza con hundirlos. Por supuesto, esta no es una película alegre, ni optimista, ni cálida, ni sensual. Al contrario.Frank y April, concebidos con alevosía y humor negro devastador por el escritor Richard Yates en su novela del mismo título, publicada en 1961 en medio del estupor general porque -en esa época- resultaba escandaloso que alguien desmontara las piezas de ese mal que carcome la supuesta felicidad de la clase media de Estados Unidos, la que vive en las afueras, tiene sus propias reglas sociales y sabe que se pasará toda la vida pagando una hipoteca onerosa que les permita enviar los hijos a la universidad, las mascotas al veterinario, el marido al campo de golf y la mujer a los cursos de cocina y floristería, es decir, la clase media que se cree viviendo en el Paraíso.No es simple curiosidad que una película anterior de Sam Mendes, "American Beauty" también muestre la agonía de varias familias atrapadas en un suburbio, y cómo el marido enloquecido con el aroma de una chiquilla rubia, amiga de su hija, y presionado por un vecino obsesionado con las armas, y cegado por la infidelidad de la esposa, y asustado por la presencia cercana de un muchacho que vende drogas, ese marido, no tenga otro recurso que imaginarse al objeto de sus deseos sexuales sumergida en una bañera llena de rosas rojas, y contar su triste destino…después de muerto a tiros.El problema con Frank y April no es que vivan en un suburbio de Connecticut, es que se sientan superiores a los vecinos, más inteligentes que ellos, más ambiciosos, más brillantes, más preparados y por supuesto, destinados a una vida mejor. Claro, nunca descubren su equivocación. Y, si la descubrieran, no la aceptarían. Para muchos directores y guionistas de Hollywood, las urbanizaciones son sinónimo del infierno (hace poco veíamos una pésima película sobre esas zonas, "Vecinos en la mira"), pero en este caso el infierno se encuentra dentro de la pareja que protagoniza la historia.1955: Frank trabaja en la misma compañía donde estuvo su padre durante muchos años, Knox Business Machines. Todas las mañanas o casi todas, conduce su auto hasta la estación del tren, parquea y hace el recorrido con miles de hombres que llevan traje y corbata y camisa blanca hasta Grand Central Station en Manhattan, donde camina por esas aceras repletas de miles de empleados como él, idénticos, con los sombreros que el viento intenta llevarse, en una escena que recuerda, quizás a propósito, esta otra de "Camino a la perdición" con centenares de hombres con sus paraguas bajo la lluvia.La vida de April es igual de monótona. La novela y la película comienzan cuando ella, aspirante a actriz, fracasa con su papel en "El bosque petrificado", lo cual se convierte en una auténtica tragedia. Ellos, que se consideran cultos, intelectuales, diferentes, superiores a los vecinos; que al momento de casarse hicieron la promesa de no perder jamás los sueños, las aspiraciones y la ambición que, supuestamente, los diferenciarían y apartarían de los demás, descubren que la vida o la realidad les abren los ojos: ella es pésima actriz y él, un trabajador sin ambiciones, engullidos por un sistema que no los estima, ni respeta, ni admira, simplemente los contempla como otra pareja atrincherada en el conformismo malsano de la atmósfera tranquila y cómoda de un suburbio.Sofocados por esa existencia perfecta e inútil, sin emociones, fría, mecánica; ahogados por la certidumbre de que están atrapados en una ratonera sin salida, ella propone una solución casi suicida: marcharse los cuatro a París donde pueda trabajar como secretaria, atender los dos hijos, manejar la casa y permitir que el marido encuentre su verdadero destino, identifique sus auténticos propósitos, encauce sus cansadas energías que, a los 30 años de edad, lo han convertido en un muerto que camina.Entonces, en ese escenario (los colores, los ángulos de las cámaras, los movimientos de los personajes, las entradas y salidas de los protagonistas, los muebles, las cortinas, los restaurantes y aún las autopistas, las carrileras y el tren, todo está construido y concebido alrededor de una representación: ellos interpretan los papeles que la vida les impone y, supuestamente, no pueden apartarse del libreto), en esa Revolutionary Road (el nombre viene de la calle donde viven), la vida aburrida del marido y la mujer se ve alterada profundamente (igual que los amigos cuando se enteran de esa decisión discutible de marcharse a París y tirarlo todo), con los preparativos, los sueños, los pasos en falso, las infidelidades y las angustias que ya no tienen freno. Es que París en 1955 es el paraíso de los intelectuales, la tierra de la libertad, el escenario para el sexo, el amor y otras libertades inconcebibles en el ambiente cerrado del suburbio.Ahí, cuando el espectador ya se acostumbró a la interpretación deficiente de DiCaprio y a la fría sensualidad de Winslet (alguien dijo que nunca antes una actriz había expresado con su rostro todas las fases de la angustia y la desesperación, como ella y que si lo dudan, basta ver la película sin sonido y comprobarlo), y a la puesta en escena tan correcta de Mendes, sin una mancha, sin un error, sin una rotura, cuando el viaje a París es la obsesión de todos, aparece un personaje que acaba con toda esa perfección y abre, dolorosamente, los ojos de ese hombre y esa mujer que no saben que están equivocados, aunque de los dos, ella siempre entendió qué buscaba, qué tenía, qué le faltaba, qué necesitaba y, por supuesto, de qué era capaz e incapaz ese marido bonito. Pero siempre prefirió posponer cualquier decisión sobre su monótona vida.Entonces, entra en escena ese personaje perturbador, paciente de numerosos choques eléctricos, hijo de una corredora de bienes raíces (Kathy Bates) que llega a la hermosa casa, se sienta, los contempla y abre la boca. Que el espectador descubra, bajo su propio riesgo y sufrimiento, lo que ocurre cuando John Givings (interpretado con inteligencia por Michael Shannon, candidato al Oscar por este papel), les habla, les explica, les revela, les cuenta, les previene, les amenaza y los insulta. La película logra un giro de 180 grados y por eso, pasa lo que pasa, dolorosamente. Cuando se encienden las luces nos sentimos aplastados por tanta perfección, también por tanta tristeza, tanta derrota, tanta soledad, tanto desamor, tanto vacío, a pesar de las dos escenas de sexo."Revolutionary Road / Sólo un sueño" se estrena este viernes en España y la semana próxima en México, Argentina y Chile. Este jueves recibió tres nominaciones al Oscar: mejor actor de reparto, dirección artística y vestuario.

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