Saturday, January 24, 2009







Aunque la versión cinematográfica de la historia picaresca y divertida de ese personaje llamado Benjamin Button, escrita por Francis Scott Fitzgerald (Septiembre 24 de 1896 – 21 de diciembre de 1940), esté muy alejada de su original, uno tiene que recordar al novelista que tuvo dos antepasados notables: el uno, creó el himno nacional de Estados Unidos y la otra, fue ahorcada por haber participado en el asesinato del presidente Abraham Lincoln. Además su esposa Zelda, una mujer hermosa y pendenciera y celosa, murió encerrada, esquizofrénica, perdida para el mundo. "El curioso caso de Benjamin Button", que acaba de lograr 13 nominaciones al Oscar, entre ellas las de mejor película, director, actor protagonista y guión adaptado, solo podía ser realizada por alguien como David Fincher, el mismo de "Seven", "El club de la pelea", "La habitación del pánico", "Alien 3" y, por supuesto, "Zodíaco", es decir, alguien que como el novelista, se siente fascinado con los excesos y los personajes que apelan a los extremos para sentirse vivos. Como este hombre que vive al revés, o sea, mientras los demás envejecen y se deterioran, él renace, avanza hacia la plenitud y poco a poco entra en la juventud, la adolescencia y la niñez. Absolutamente, sin que pueda hacer nada.Según el cuento, en 1860 se estilaba que los bebés nacieran en sus casas, pero la joven pareja compuesta por el señor y la señora Button decide que su primer hijo debe ser recibido en la sala de un hospital. Pertenecientes a la clase social más encumbrada de Baltimore, lo único que esperan es que el primogénito, como el padre, estudie en Yale College, en Connecticut. Cuando esa mañana el marido llega al hospital donde ya la esposa estaba ingresada, se topa con el médico, desconcertado y descontrolado, evitando cualquier comentario sobre el recién nacido, él, que lleva 40 años recibiendo los bebés de esa familia, incluido al padre primerizo. Roger Button ingresa al edificio, recorre las salas, se topa con una enfermera asustada que deja rodar una bacinilla por las escaleras, pregunta por la esposa y el bebé, le señalan una sala donde numerosos bebés lloran de hambre.Se queda mirando esas cabecitas peladas, pregunta cuál es el suyo, le señalan una de las cunas y, sorprendido y horrorizado, tembloroso e incapaz de hablar descubre un hombre de unos 70 años, con el pelo blanco y una barba larga, mecida por el viento que entra por una de las ventanas. Además, envuelto en una sábana.El anciano recién nacido rompe el hielo y le pregunta al empresario si es su padre. Antes que responda le dice que si lo es, entonces que lo ayude a conseguir una mecedora, más cómoda que esa cuna de la que cuelgan las piernas porque no cabe. El padre lo acusa de ser un impostor, la enfermera lo defiende y el anciano se queja de dos incomodidades: mucho ruido y mucho llanto en esa sala, y no ha podido aplacar el hambre porque solo le han traído un tetero con leche caliente.El humor negro de la historia alcanza su clímax cuando el padre, desubicado, no se preocupa por la situación absurda que vive sino, por los comentarios de sus amigos y conocidos cuando conozcan ese bebé de 70 años. Y lo que es peor, cuando vaya por la calle, con el niño de la mano, ¿qué le dirá a la gente, cómo lo presentará? Mira a la enfermera, consternado y le pregunta qué puede hacer, y la mujer le responde de una manera práctica: primero que todo, comprarle ropa, y el hijo añade: un bastón, quiero tener un bastón. Más adelante, mientras salen del hospital con ropa y menos barba, el hijo le pregunta cómo lo llamará, ¿bebé? El padre le responde con humor amargo: Matusalén. Por supuesto, varias semanas después de haber llegado a su casa, Benjamin descubre la persona ideal para hablar y entenderse: el abuelo. Es que se aburría con los niños que lo buscaban para jugar.A los 12 años ante un espejo, Benjamin descubre que las arrugas están desapareciendo y el pelo, oscureciendo. A los 18 es como si tuviera 50 y el padre lo envía al Yale College pero al intentar registrarse no le creen la edad y lo expulsan. Después regresa, con otra apariencia y se convierte en uno de los mejores estudiantes. A los 20 parece de la misma edad del padre y comparten muchos intereses. Descubre la pasión por una mujer, Hildegarde, hija de un general con quien se casa a pesar del escándalo que suscita ese hombre a quien algunos señalan como el papá de su padre. Por supuesto se siente más joven, se convierte en el primero que conduce un automóvil en Baltimore, descubre que la esposa de 35 años ya no lo atrae, después de haberla adorado tanto. Tienen un hijo de 14. El aburrimiento doméstico es tan grande que Benjamin se marcha a la guerra de EEUU contra España por Cuba en 1898. Aparentemente, tiene 38 años. Regresa tres años después. La esposa tiene 40. El parece diez años menos. El hijo crece, la esposa lo abandona y Benjamin avanza hacia la adolescencia y la niñez, sin parar, tanto que el hijo, casado, le pide que delante de los demás lo llame "Tío".A los 57 parece tener menos de 12, intenta alistarse para pelear en la I Guerra Mundial pero no lo aceptan pero, el ejército apela a sus oficiales reservistas de la contienda contra España, lo convocan con el grado de brigadier-general y el niño ordena un uniforme apropiado. Por supuesto, todos se burlan del pequeño que quiere combatir a los alemanes y el hijo tiene que rescatarlo del cuartel.La situación se torna ridícula cuando en 1920 nace el nieto de Benjamin y éste con 10 años de edad, se la pasa jugando en la casa con su colección de animales y autos en miniatura. Es que entre el abuelo y el nieto apenas hay una distancia, y el hijo no puede soportarlo. Por supuesto, cuando el nieto cumple cinco años, tiene la misma edad del anciano, ingresan al mismo jardín, aprenden a cortar papeles. Mientras el uno era promovido a otros grados, el abuelo seguía en Kinder, cada vez más asustado porque nadie quería jugar con quien cada vez actuaba más como un bebé. Hasta cuando ya no tiene recuerdos y no escucha los sonidos y no articula palabras y prefiere quedarse tranquilo mientras la oscuridad desplaza el aroma de la leche tibia.Ese es el cuento escrito por Scott Fitzgerald, lleno de humor negro sobre la condición humana y los sentimientos, una provocación al lector que lo conoce mejor por "Al Este del Paraíso", "Hermosos y Malditos", "Suave como la noche", "El gran Gatsby" y "El último magnate". La película es diferente, muy diferente, se basa en el guión de Eric Roth (el mismo de "Forrest Gump" con la que, equívocamente, algunos comparan a "Benjamin"), y tiene formidables actores, Brad Pitt, Cate Blanchett, Tilda Swinton, Julia Ormond y otros. La fotografía, exquisita, es del chileno Claudio Miranda (también nominado) y la música, oportuna, de Alexandre Desplat. La estructura de la película descansa sobre el Diario escrito por Button a lo largo de su peregrinaje insólito en la tierra, leído por una joven (Ormond) a la madre anciana (Blanchett), arrugada y vencida en la cama de un hospital en Nueva Orleans mientras el Katrina se acerca salvajemente. Esa mujer, Daisy. fue el gran amor de Benjamin. Cuando se conocieron ella era una niña y él, un anciano. Se enamoran, se distancian y se reencuentran cuando están emparejados en su edad. De ahí en adelante, copulan todas las tardes, ambos sienten que el otro va cambiando hasta cuando la relación se convierte en la complicidad tierna de una anciana y un niño. Ahora la hija lee el Diario que rearma la insólita vida del protagonista y la anciana comenta algunos pasajes.Lo asombroso de la película no está en la historia (el privilegio y la originalidad pertenecen al cuento), sino en los elaborados, tediosos, interminables y perfectos efectos especiales que colocan los distintos rostros y expresiones de Brad Pitt sobre los numerosos cuerpos de otros actores que lo interpretan en sus diferentes edades. La sabiduría de esos magos y técnicos convierte la película en una pieza extraña, aunque al finalizar, el espectador sienta las incongruencias que saltan a la vista, como que el personaje nazca bebé y no anciano, y así sucesivamente. Es un caso curioso, aún para el espectador menos entusiasta.

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