Sunday, February 06, 2011


Crítica: "El cisne negro", danza macabra

La nueva película de Darren Aronofsky "El cisne negro / Cisne negro", que se generaliza este fin de semana en los principales países de América Latina y en un par de semanas en España, se sumerge en el mundo de la danza; un mundo exigente, demandante y patológico en su búsqueda por la perfección. Es esa, precisamente, la búsqueda que ha guiado la vida completa de la frágil Nina (una impresionante y delgada Natalie Portman), joven bailarina que pasa sus días entre agotadores ensayos de ballet y una madre sobreprotectoramente dañina (la gran Barbara Hershey). Todas las pulsiones del reprimido cuerpo de Nina -cuerpo rasguñado, asexuado, infantilizado- se liberarán de manera desbocada cuando es elegida para ser la prima ballerina en una moderna versión de “El Lago de los Cisnes”, donde la misma bailarina debe interpretar al delicado cisne blanco y al maléfico cisne negro, al mismo tiempo. La gran oportunidad de su vida se transforma así es un viaje sin retorno por la oscuridad de su alma, de su mente y su cuerpo. Y Aronofski sabe guiarnos bien por los rincones más turbios y perversos que Nina -y también nosotros- guardamos en el corazón. La locura y el caos comienzan a apoderarse de la protagonista llevándola de paseo por situaciones confusas, imágenes incomprensibles y emociones incontrolables con las que no puede lidiar. Temerosa del descontrol, Nina comienza a enloquecer de terror frente a esa parte suya que no quiere reconocer. La locura -ese infarto del alma- que arrasa lentamente con la prima ballerina consumiéndola hasta el límite. El corpóreo y terrenal mundo del ballet da paso así a una reflexión -o por lo menos opinión- de la condición humana, de las dificultades para asumir el caos como parte de la vida, la locura como parte de la creación y el mal como parte del bien. Porque finalmente "Cisne negro" no es otra cosa que un estudio del alma humana; un espejo simultáneo a la bondad y a la maldad intrínseca en cada ser humano, por más que la cultura occidental lleve siglos intentando disociarnos en dicotomías absurdas como cuerpo-alma, bien-mal, negro-blanco. Y no es un tema casual en la filmografía de Arronofsky, plagada de personajes enfrentando sus propios demonios y tratando de reconciliarse con ellos. Porque así como la locura es el demonio de Nina, las adicciones son los demonios de los protagonistas de “Requien por un Sueño”, la obsesión del jaquecoso matemático de “Pi: Fé en el Caos” y los errores del pasado que corroen el alma de “El Luchador” quizás, a estas alturas -a pesar del delirio y el éxtasis crítico que parece provocar la nueva cinta con la Portman-, la mejor película. Y también el personaje más luminoso de la carrera de Aronofsky.

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