Lo más asombroso del asunto es que, por ningún rincón, aparece una voz disonante. Y es que no concibo que nadie, por muchas razones que posea para mantener una posi.-ción política distinta a la del gobierno de su país, repare o se sienta timado. O tal vez sí y no emitan criterio que es otra posibilidad, perfectamente creíble, en este ambiente donde el miedo a desentonar se respira en cada partícula de aire. Los especialistas en cine, que después de esto es muy difícil que los siga considerando tal, se unen a la avalancha de elogios sin que les surque una vena por la frente o asome el sonrojo. Si acaso mencionan “... la débil trama, la pobreza dramatúrgica y un reparto de actuaciones inadecuadas...” - como reconoce Alejandro Armengol en El Nuevo Herald del 12 de mayo de 2006-, pronto se aclaran diciendo que cosas por el estilo “... carecen de importancia... que no vale la pena detenerse en la realidad histórica... porque la verdadera protagonista de The Lost City es la música”. Y ni siquiera porque si Armengol tuviera un poquito de conocimientos sobre la dramaturgia de la que habla supiera que la música, dentro de ella, debe cumplir una función, no aparecer como una mezcolanza de géneros y ritmos puestos en retahíla injustificadamente sin otro propósito a la vista que el de recalcarnos, porque estábamos inseguros, que de lo que se trata es de Cuba; de la Cuba paradisíaca y floreciente con la que se sueña. Como aquel cuento del que se entera hoy que fuimos colonizados por los españoles y la emprende a golpes con el primer gallego que le quede cerca, Andy García recurre a todas las referencias musicales de las que supo y allá va a armar su recital para que los demás, al igual que él, descubran. Lo que pasa es que llega un tantico tarde. Pero ¡ojo! que según la filosofía del grupo al que pertenece Andy después de Benny Moré y Bola de Nieve, en “la patria”, no se ha conseguido nada en cuanto al desarrollo de esta manifestación artística porque, la música, como La Habana, como el país, como casi todo, también se perdió. Y todavía, de este Armengol, hay quien inquirió por sus credenciales como crí-tico para hablar como lo hizo- despectivamente y con veneno, dicen- de la película.
Ahora, ¿qué más comenta la prensa sobre The lost City? Según Charles Cotayo ( El Nuevo Herald, 28 de abril de 2006) “... técnicamente... no le tiene que envidiar nada a las mejores producciones desarrolladas, financiadas y distribuidas por los grandes estu-dios” puesto que “es una producción sólida, con un fuerte elenco... con escenografía, fotografía, vestuario y coreografía formidables”, para agregar, aún, que “... ya era tiem-po que una figura de Hollywood intentara realizar un filme sobre Cuba de este calibre, con buen gusto, sensibilidad y sinceridad... porque nuestras pasiones, nuestros sabores, ritmos, dolores, en fin, nuestra existencia, merece ser contada con dignidad”. Para los que hayan visto la cinta huelgan los análisis. René Jordán, otro de los críticos oficiales de cine del mismo periódico (3 de Marzo de 2006), después de afirmar que “como actor, es el mejor trabajo de Andy García” (¿?) concluye diciendo que “entre los dos, Guillermo( Cabrera Infante) y Andy, han encontrado la ciudad perdida” lo cual es una reverenda suerte porque si hay algo que no aparece, ni metafóricamente, por ningún la-do es justo la grandeza en su cosmopolitismo de La Habana. Jordán sin embargo, con ese sexto sentido que parece tiene, le da la bienvenida nada menos que a su resurrección. Bob Tourtellote, de la Agencia Reuter en Los Angeles (9 de mayo de 2006), considera que “la cinta es... una apuesta por la cultura e historia de Cuba: música, danza, vida rural y las salvajes noches de La Habana precastrista con sus clubes y casinos”, incluyendo una imagen campesina que, para quedarnos sólo a nivel de superficie y sin meterle mucho raciocinio a la cuestión, únicamente él vio. Por supuesto el mensaje de Toutellote queda clarito cuando añade que el filme es además “... relevante hoy con la subida al poder en Latinoamérica de líderes de izquierda como Hugo Chávez... y Evo Morales” algo que, veníamos sospechando, se encargaría siempre alguien de señalar.
En cuanto a Armando López, (Encuentro en la Red, 4 de mayo de 2006), apunta que “... Andy García le pidió a Guillermo Cabrera Infante que le escribiera un libreto con la atmósfera del filme Casablanca, al estilo de El Padrino y los ritmos cubanos como protagonistas” con lo que, al menos, quedan despejadas algunas de sus verdaderas intenciones. E. Cárdenas de La Tribuna Hispana, (2 de mayo de 2006), encima de acla-rarnos que “La ciudad perdida es La Habana” no deja de aprovechar el momento en que hace la entrevista al director para salpicar el artículo con apartes como el que “... el actor con picardía... da otra bocanada del puro sin vitola que fuma” mostrándonos lo cubanazo que, incluso, suele ser. José Bayona desde su sitio en Internet, (2005, sin más datos), dice de Inés Satré que es una “exuberante actriz” pero, sin acotar, que terrible; y, otra vez, que Andy es “... un hombre que conserva intactas sus costumbres latinas” de lo que es un ejemplo que “... en sus 26 años de matrimonio nunca ha dejado de hablar español con su esposa...”, que, añado yo, también es latina (¿?). Igual para El Nuevo Herald, (4 de mayo de 2006), Vicente Echerri opta por quedarse en las ramas y desentenderse. Ni por casualidad insinúa que la película es una irreverente falta de respeto al significado de lo que, como cubano, somos; pero pone la teja al acordar que “... el convertir una experiencia de la memoria en arte es siempre una tarea ardua y traicionera, casi como atrapar un espejismo” y, entonces, deja sentada su cobardía de emitir criterios más fuertes que, de seguro, lo iban a colocar en la aposición comprometedora que no desea. La inefable Ninoska Pérez, ( El Nuevo Herald, 13 de mayo de 2006), desata su habitual cursilería para hacernos cómplices de cómo la película “... nos hace temblar de emoción. Las penas de los actores se convierten en nuestras”, que “... como todo gran poema, nos sacude” para, luego, considerarla “una historia épica” que “no es ficción” donde “al escuchar las palabras La Habana nunca ha conocido la oscuridad al mediodía... regresaron las lágrimas”. “ Afortunadamente, The Lost City es también una aclaración histórica” logra balbucear y, por supuesto, el “gracias Andy. Gracias por ser fiel a tus raíces... gracias por los extraordinarios sonidos de la música, por la poesía del Apóstol. Por darle vida a nuestra ciudad perdida”. Y, aún queda Antonio Purriños, quien, para un periodiquito insulso llamado La Voz de Miami Beach, ( No. 115, mayo, 2006), resume la idea general, expresa o no, de cada uno de estos comentarios: la de que “ todo aquel que sienta por nuestra patria no puede dejar de ver esta obra, donde aquellos que nacimos antes de la tragedia podamos recordar la Cuba de ayer y los que nacieron después les servirá de ejemplo de lo que perdimos”. Obvio referirme a los errores de concordancia en la redacción y demás disparates. Por si no fuera suficiente, tampoco han faltado los elementos telenovelísticos y sensibleros que, a todo buen intento por llevar a “la realidad” una representación ridícula de la misma, pero sin que fuera el propósito, rodean. El pobre Andy contó con un presupuesto limitado que le hizo rediseñar parte del guión y prescindir de escenas, se canta a coro. Al pobre Andy le tomó dieciséis años hacer, de su sueño, un hecho por no tener el apoyo de las distribuidoras norteamericanas. El pobre Andy hubo de rodar en la República Dominicana ante la imposibilidad de hacerlo en Cuba. Al pobre Andy, un ejecutivo de la Paramount no le permitía contratar a Cabrera Infante para escribir el guión de la película. El pobre Andy no se dejó vencer por el pesimismo y el desánimo. El pobre Andy desde sus posesiones en Key Biscaine con el tabaco en la boca. Y ¡ lo increíble!, “ Mi sueño de llevar al cine esta historia empezó el día que abandoné La Habana, cuando tenía cinco años y medio” dice el sujeto (entrevista realizada por José Bayona y publicada en su página web en fecha no precisa) y todos con la babita afuera sin preguntarse cómo coño alguien que se supone estrella pueda ser capaz de soltar tan tremendo disparate. Bueno, pero si es el último gran héroe que se ha inventado el exilio cómo dudar de cada una de sus palabras. Si lo han apapuchado con toda suerte de arrumacos y manitas tibias por televisones, radios, magazines y fetecunes privados. Si es el nuevo Mecías que ha puesto en el lugar que merece a todo un símbolo como lo es el Ché Guevara y ha desatado la controversia situando The Lost City a la altura de El último tango en París, La Pasión de Cristo y El Código Da Vinci y, entre los esfuerzos por trasladar nuestra cultura a la pantalla grande fuera de las fronteras del país, por encima de realizaciones como Havana y The Mambo Kings. Si es que se trata, otra vez, de Miami; Miami y sus afluentes.
“No olviden llevar un pañuelito al cine” aconseja Fusté desde su programa matutino. “No olviden llevarlo” se repite de una familia cubana a otra cuando coinciden en el establecimiento adonde han ido a comer con sus bien criados hijos. “¡La recomiendo, no se la pierdan!”, “ Es una película que hay que ver”, “ Estoy pensando enviarle a Andy García una carta de agradecimiento”, “Viéndola fui de paseo por el malecón, por aquellas playas tan lindas como la de Santa María del Mar... aquellos restaurantes... llenos de olor a puerco, congrí y plátanos fritos. De nuevo volví a ponerme aquellos vestidos tan lindos” se lee en las páginas digitales y, pareciera, que no existe en estos momentos nada más provechoso en qué poner cuidado. La gente sale llorando, riendo, aplaudiendo, como loca, de las salas de exhibición y, al día siguiente, ni corta ni perezosa invita a los parientes para, entre todos, volver a vivir la catarsis. Y es que al fin, luego de tanto olvido, alguien les hace el favor. Esa historia perenne, mil veces retocada y vuelta a retocar, metamorfoseada y rehecha, llena de huecos negros e imaginario, que sólo existe en la mente de quienes tienen que sobrevivir con ella porque de lo contrario perecerían, pero que bien se cuidan en hacerla parecer como oficial, por arte de birlibirloque y de quien no se tomó el trabajo de investigar bien toma cuerpo ahora y no es precisamente una ocasión para dejar pasar por alto. Mientras, en ciertos países de América- con mejor ojo, con mayor libertad, con algún sentido de la coherencia, más metiditos en el siglo, todavía con un poco de inclinación a la vergüenza-, cuestionan la credibilidad de la película e, incluso, algunos claman por su prohibición, como sucede en Argentina. La crítica norteamericana, en su conjunto, simplemente la entierra. En todo caso más morbo para los aguerridos miamenses a quienes ese el jueguito de “el mundo contra mí” encanta y seduce y les permite continuar en pie con algo de fuego. Entre dimes y diretes, escándalos y exclusivas, otro parche para la descolorida carpa que cubre a la ciudad del sol.
o olviden llevar un pañuelito al cine” aconseja Fusté desde su programa matutino. “No olviden llevarlo” se repite de una familia cubana a otra cuando coinciden en el establecimiento adonde han ido a comer con sus bien criados hijos. “¡La recomiendo, no se la pierdan!”, “ Es una película que hay que ver”, “ Estoy pensando enviarle a Andy García una carta de agradecimiento”, “Viéndola fui de paseo por el malecón, por aquellas playas tan lindas como la de Santa María del Mar... aquellos restaurantes... llenos de olor a puerco, congrí y plátanos fritos. De nuevo volví a ponerme aquellos vestidos tan lindos” se lee en las páginas digitales y, pareciera, que no existe en estos momentos nada más provechoso en qué poner cuidado. La gente sale llorando, riendo, aplaudiendo, como loca, de las salas de exhibición y, al día siguiente, ni corta ni perezosa invita a los parientes para, entre todos, volver a vivir la catarsis. Y es que al fin, luego de tanto olvido, alguien les hace el favor. Esa historia perenne, mil veces retocada y vuelta a retocar, metamorfoseada y rehecha, llena de huecos negros e imaginario, que sólo existe en la mente de quienes tienen que sobrevivir con ella porque de lo contrario perecerían, pero que bien se cuidan en hacerla parecer como oficial, por arte de birlibirloque y de quien no se tomó el trabajo de investigar bien toma cuerpo ahora y no es precisamente una ocasión para dejar pasar por alto. Mientras, en ciertos países de América- con mejor ojo, con mayor libertad, con algún sentido de la coherencia, más metiditos en el siglo, todavía con un poco de inclinación a la vergüenza-, cuestionan la credibilidad de la película e, incluso, algunos claman por su prohibición, como sucede en Argentina. La crítica norteamericana, en su conjunto, simplemente la entierra. En todo caso más morbo para los aguerridos miamenses a quienes ese el jueguito de “el mundo contra mí” encanta y seduce y les permite continuar en pie con algo de fuego. Entre dimes y diretes, escándalos y exclusivas, otro parche para la descolorida carpa que cubre a la ciudad del sol.
Y es que, The Lost City, que pretende ser el retrato de un sitio que antes estuvo pero ya no es, en verdad, el reflejo de una realidad imaginada; un inconsciente colectivo que, a fuerza de remachar la idea y en voz alta, la ha adherido a la piel como algo tangible. Al apoyarse para su ejecución en un discurso repleto de palabras viejas, arquetipos falsos en lo que, se supone, es la identificación de un pueblo, una visión adulterada de los años que antecedieron al triunfo revolucionario y arropar el producto de sentimentalismo barato, cursilería, compasión y piedad, al mejor estilo de lo que predica el más empalagoso y retrógrado catolicismo, no será difícil adivinar que ese lugar sin base ni fundamento, estéril, inerte, fantasmagórico, destruido, seudo, de que habla el filme, no está en una isla al centro del Caribe, como se quiere hacer ver; sino a noventa millas de ella, mirando al Norte. Incluso, el acartonamiento evidente, el acabado infantil, primario, chato, rudimentario de la película no es más que una versión, a otra escala, de la estructura bajo la que se suele cobijar cada cosa que se construye en Miami. Hay, en efecto, una ciudad perdida; pero, a todas luces, no es La Habana.
Entonces pienso en que Andy debió ver El Mégano para eso de la situación cubana cuando la república. Y para lo de las luchas “en el llano” dedicar un tiempito al Clandestinos de Fernando Pérez. Quizás, porque de una familia pudiente desmembrada a partir de las diferencias políticas entre sus componentes igual habla, echar el ojo a Un hombre de éxito y, en lo de entender hasta dónde sí y hasta dónde no se corre la capital de Cuba, tomar unas clasecitas con Memorias del subdesarrollo, Fresa y Chocolate o Suite Habana. Puede que hasta poner atención a la famosa conga de Sur Caribe. Pero, intuyo, que es pedir lo imposible. Si es que, enfundado en los calzones de niño prodigio, a los cinco años y medio ya él lo tenía claro. Si, cuestionado sobre qué pretendía con la utilización de la música de la forma en que lo hizo (en el referido artículo de Antonio López para Encuentro en la Red), en un alarde de sus potencialidades como director explica que usarla de “... contrapunto dramático a la acción. Como en la escena que el jefe de la Policía de Batista le pregunta a mi hermano preso que está leyendo, y a su respuesta:
Algo me viene diciendo, después de esto, que debo hacer mutis.